A la deriva.

Flotaba perdido por la gracia de un remolino.
No sabía ni cómo había llegado
ni qué había sucedido.
La desesperación me sobrepasaba
al presenciar como la luz del día me abandonaba.
Pero encontré mi propia luz
en forma de una pequeña balsa que flotaba a la deriva.

Lucía increíble,
aunque la madera era delgada y carcomida
era el único bote capaz de soportar mi peso y mi pesar.
Ella me mecía por las noches
y yo la embelesaba con mi humor y mis historias.
Nos estirábamos juntos a observar las estrellas
e imaginábamos fabulas fantásticas para cada una de las constelaciones.

Así era todo con ella,
de un tinte mágico que nos embriagaba.

Estábamos perdidos,
sin saber a dónde ir
ni lo que buscar.
Pero nos daba igual.
Aprendimos a querernos,
a saber convivir.
Pero la felicidad tuvo que acabar
pues mi consuelo no disponía de forma verbal.

- Ya no sé a dónde navegar. -
me dijo ella sin voz para contestar.
- Así que mejor será marchar
para así verte forzado a buscar algún lugar
al cual regresar. -

Los clavos de mi barca se oxidaron
y los listones que nos unían se fragmentaron.
La madera que había sido mi hogar
decidió abandonarme a mi suerte.
Rogué a Dios que me regresara todos sus pedazos,
para poder con amor reconstruir su corazón
pero mi mensaje se fue a pique
y sólo me quedé flotando
vacío
bajo el pálido manto de las estrellas
olvidando todas las canciones que recité.
Hasta que el vacío de mis pulmones se llenó de agua
y las penas que me ataban se solidificaron
arrastrándome hasta los confines del abismo.

Pasé el resto de mis días
buscando el sentido de la vida
para poder dar descanso a mi espíritu.
Como un fantasma.
Pero la añoranza por mi amada compañera,
convierte todas mis esperanzas
en arena para mi isla desierta.

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