Ternura en la mañana.
La calidez transporta vestigios de un tiempo pasado. Un lugar, un momento, vestido por oleadas de pino y encina que reconstruyen un recuerdo del que muy pronto me desprendí. Por la edad, por el instinto cansado de ser adulto. Crecimos. Nos convertimos en pretéritos imperfectos de los momentos idílicos que acompañaban aquella sonrisa infantil por los que en los primeros días eramos principales protagonistas. Ya no habrá más mantas verdes que me envuelvan, el viejo balancín se ha quedado callado, atrapado en un cubo de rubic subconsciente abandonado por la estancada humanidad decadente.