Pensar antes de hablar.

Ayer doña fortuna me giró la cara:

- Me quedé sin leche para el café.
- Envié un mensaje importante inacabado. 
- Me clavé astillas en los dedos. 
- Se me cayeron dos potes de tomate (tuve que recogerlos).
- Compré una sudadera al extranjero, resultó ser de mujer.
- Rompí una cachivache en el trabajo.
- Cerré mal el congelador y se me derritieron todos los helados.
- Puse la lavadora y olvidé colgar la ropa después.

Podría seguir, en serio, pero nada de eso me quitó el ánimo.
Seguí adelante, positivo, intentando hacer reír a los demás con mis desgracias,
a mí el primero.

No sé, hay algo nuevo en mi,
o algo viejo que ha despertado.
Cambio,
espíritu,
llamadlo como creáis conveniente,
pero es justo ésto
lo que necesito cuidar y preservar,
ese magnetismo a lo positivo,
el pensar antes de hablar como aquel que dice.


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