Contradicción y posibilidad.

24 años después de mi primer día,
hoy por fin, he leído el Principito.
Hasta yo mismo me pregunto como he podido tardar tanto.
No me hicieron leerlo de pequeño,
tampoco es que me infundiesen demasiado el amor a la lectura.
Pero eso no es escusa,
quizá simplemente, no era mi momento.
Mi infancia fue inocente,
feliz a su modo,
despreocupada por completo.
Cuanto mayor me hacía, más crecía mi curiosidad.
Nunca he retirado una pregunta,
como nuestro pequeño protagonista;
me ha llevado tiempo,
pero todo es alguna vez sabido por la mente inquieta.
Ahora, con el cuerpo de un (casi) adulto,
descubro esta gran breve historia de la literatura,
que te hace ver el mundo
con los ojos críticos que deberíamos tener todos.
¿Cómo aun conociendo esta historia,
hay personas que crecen enterrando al infante
que llora y juega en nuestros corazones?
Suerte y privilegio tengo de poder llamarme a mi mismo
un joven payaso,
que aun entendiendo las reglas del mundo de la responsabilidad,
soy suficientemente niño como para que las reglas del juego
no encadenen mis ilusiones.

A veces hay que sacrificar una pequeña porción de tiempo
por intentar hacer partícipe al resto del mundo
de tu paraíso personal,
así como hacer ver a las personas
que cuanto más racionalizamos la inverosimilitud de la humanidad,
más nos alejamos de nuestra auténtica naturaleza
como una existencia atada únicamente a la contradicción y la posibilidad.

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