Ayer entendí que tenía que decir adiós. Ayer nos despedimos por un bien para los dos. Pero joder... que pase el tiempo y que pase lo que tenga que pasar. Quizá nos olvidamos y no nos volvamos a recordar. Quizá nos olvidamos y podemos volver a empezar. Quizá no nos olvidamos y no nos atrevamos a hablar. Quizá, no sé, sólo espero que estés bien. Caminaré seguro por los senderos de la vida y desearé (que ya no esperaré) que de una manera u otra, nos podamos volver a ver.
Se dice que una vez, madre Tierra recitaba a su hija Luna cómo el astro rey las abandonó por ver cumplido su sueño; ser la estrella más brillante del firmamento. Luna admiraba en secreto la decisión de su padre, pero Tierra, dolida y resentida, prohibía a Luna salir por el día a contemplar los logros de su padre. Una noche, a horas próximas al amanecer, Luna contemplaba la templanza del lago frente a su castillo de cristal. En ésas que el viento comenzó a soplar, rompiendo la serenidad del agua. Luna alzó la vista al cielo, a las nubes, y allí encontró al príncipe Lluvia tocando una misteriosa melodía con su flauta travesera. Pareces triste, comentó el príncipe, quisiera ayudarte a recuperar tu sonrisa. No puedes, contestó Luna, mi madre me tiene prohibido cruzar la frontera del lago de plata. ¿A dónde te gustaría ir? Al cielo, más allá de tu reino, allí donde mi padre encontró su lugar entre las estrellas. ¿Solo éso? No tienes más que pedírmelo.
Paseando con el perro encontré un arbusto vestido de primavera. Era hermoso. Pensé en regalarte una de sus costuras, pero cuando me disponía a arrancársela, me quedé observando detenidamente cada uno de sus pétalos. Analicé detenidamente lo que la hacía tan bella, tan perfecta. No pude hacerlo, quién soy yo para acabar con tan magnifico ejemplar. Así que hoy no habrán flores que regalar, tendrás que conformarte con esta tímida poesía que compara tu hipnótica silueta con las más delicadas creaciones de la naturaleza.
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