Un último baile.

Camino por los campos de trigo que recorren la ladera de la montaña.
Estoy desnudo, hace frió, pero lo acepto y entra en mi el saber del tiempo.
Desciendo la pendiente hasta la base de la cordillera.
Y allí, como si de un espejismo se tratara,
encuentro la entrada al interior de la tierra.
Me adentro en ella, parece un sueño.
No tengo miedo, las voces de sirena me conducen al olvido.
Es de día, aun lo siento, pero en el interior de la cueva no hay sombra que perdure.
Las paredes esconden cristales tintados de luz que me guían al corazón de su reina.
Y es allí, resguardado de la codicia del hombre,
donde se halla el cultivo secreto de sabiduría que rige las leyes del universo.
La galería se abre ante mis ojos como los pulmones de una bestia presenciando su final.
Subo los peldaños que me llevan al lago donde la Luna retoza con la muerte,
aun quedan gotas precipitándose desde la bóveda.
Atravesando el charco hay un camino de piedra que me lleva hasta el trono de mármol blanco.
Me siento en él, es mio, siempre lo ha sido.
A mi derecha aparece el hombre, pálido, ojos de cielo calmado, me mira y sabe quien soy.
Soy yo, y es mi padre.
Él conoce los secretos, sabe todas las respuestas y está aquí para enseñarme.
A mi izquierda aparece ella, una cría de catorce años que espera paciente el abrazo de su padre.
Es mi madre, es mi princesa, y en su sonrisa reconozco a mi hija.
Es mi intuición, mi sensatez, mi vena onírica que decide mis pasos.
- Nunca te abandonaremos.-
-Somos pedazos de tu alma que parten al amanecer para alumbrar tu camino. -
No es tarde, pero la dama de la noche desciende hasta mi pecho.
Un cristal guarnido de argento y fulgor divino,
un diamante más precioso que la complejidad del arte y sus matices.
Su resplandor desvela mi auténtica forma.
Pienso en capturarlo, en hacerlo mio,
pero éste es salvaje y escapa a mi comprensión.
Entonces lo entiendo,
no es mio,
soy suyo.
Se eleva sobre mi cabeza,
se asienta como mi corona y brilla.
Me baña con sus rayos tallados en capas de bruma y plata.
Me levanto,
asciendo.
Y en la oscuridad del espacio,
danzo con mi amada
un último baile.

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