Un nuevo origen.

La primera forma
dio lugar a la primera sombra.
En el agua convergieron
y dieron a luz a una curiosa tortuga marina.
Viajó en solitario por los siete azules
y descubrió la belleza y los misterios
que durante siglos habían estado ocultos
en las profundidades oceánicas.

Pero más tarde que temprano,
la tortuga se dio cuenta
de que ya no quedaban misterios para ella
entre los mantos de coral.
A lo que su fisgoneo furtivo
dirigió una mirada de esperanza hacia la superficie.
Asomó sus cuencas negras sobre la cortina de la marea.
Tras acostumbrarse a la luz nocturna,
se arrastró hacia la costa de un joven continente
que daba sus primeros pasos al sur del ecuador.
Su caparazón la protegía de las amenazas
pero su torpeza y pesada fortaleza
no eran adecuadas para un mundo infestado de depredadores.

La tortuga envejeció en la arena,
triste por no haber podido escalar los troncos de las palmeras.
Pero el destino tenía algo preparado para su divina causa,
pues en la noche de su muerte
la Luna bañó con su pálido tacto el cadáver de la tortuga
despertando la gracia en su interior.
Como si de una crisálida se tratase,
su concha se quebró
y de ella surgió
el rugido del tigre blanco
ansioso por recorrer el vasto mundo que crecía bajo sus zarpas.

El tigre peregrinó por valles y montañas,
saboreó la sangre de incontables especies,
vio como su pelaje se tostaba bajo la luz del Sol,
pero por más que corrió
no pudo escapar del eco de la soledad.

Cuando la Tierra le había entregado ya
todos sus placeres al ahora tigre de bengala,
éste se colgó de una de las ramas del árbol de Bodhi
y descansó por tiempo indefinido.

Pero una sombra torturaba al depredador en sus sueños.
Una figura amorfa que le perseguía con incesante mofa
y que finalmente se apoderó de su espíritu.

El rey cayó de su trono
y se precipitó de nuevo al reino de las bestias.
Con lágrimas en los ojos,
la última voluntad del tigre alertó
a una manada de lobos que cazaba en las proximidades.

El más joven de ellos,
al que la fortuna le deparaba el grado de alfa,
fue el primero en hincar el diente al cadáver del felino.
Pero algo más que la sangre bañó las fauces del príncipe.
Sin saber bien del todo cómo,
el espíritu aislado del ermitaño
encontró un nuevo cascarón
y se convirtió en cuna de sabiduría.

Ya no estaba solo.
La libertad maduró y se hizo adulta.
Siendo el digno vencedor del mando de la manada,
el novicio tuvo que encargarse de la supervivencia del clan.
Juntos buscaron comida,
atravesaron bosques y estepas,
sufrieron el azote del invierno
y soportaron la pérdida de los más ancianos.
Pero no todo fue tormento,
pues entre la pesadez de la gélida escarcha
hallaron el amor,
la descendencia
y una nueva esperanza.

La hora del parto llegó sin previo aviso.
Lobo caminaba ansioso alrededor de su amada.
Los quejidos de angustia de la madre
quebraban el ya agitado corazón del monarca.
El pueblo esperaba en las afueras de la cueva
al primer llanto del primogénito.
Pero no hubo lloro que celebrar,
ni un mañana para la primera dama.

Lobo salió callado de la gruta.
La mirada que presentaba era todavía más fría que la noche.
Deambuló sin fuerzas hasta el límite del acantilado,
respiró hondo,
lloró por última vez
y lanzó un aullido al viento
tan triste
que pareció congelar el tiempo.

El alma pesada del viejo lobo
abandonó su cuerpo con la figura de un pájaro negro
que brotó de su garganta
y echó a volar.

El ave se dirigió a los cielos sin echar la vista atrás,
pues demasiados años había pasado vagando por la tierra
y ya no quedaban razones que le anclaran.
El cuervo cerró los ojos,
recordó las tantas vidas del pasado,
dibujó una mueca parecida a una sonrisa en su boca
y atravesó las nubes sin miedo al más allá.

Pero cuan grande fue su sorpresa
al ver que lo que él consideraba el fin
era tan sólo el principio de algo mayor.

Sus plumas finas y delicadas
transmutaron en duras y fuertes escamas.
Las alas que brotaban de su espalda
ahora caminaban por el espacio en forma de garras.
Su pequeño cuerpo que casi flotaba
creció hasta abarcar los confines de la galaxia.
Su rostro picudo de semblante inocente
se convirtió en dragón de ferocidad inherente.

Con la capacidad de sobrevivir a cuantos desafíos le deparase el destino,
el ser de incontables caminos
se adentró en los enigmas del universo
y buscó para su sempiterna existencia
un nuevo origen al que rendir cuentas.

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