Ternura en la mañana.
La calidez transporta
vestigios de un tiempo pasado.
Un lugar,
un momento,
vestido por oleadas de pino y encina
que reconstruyen un recuerdo
del que muy pronto me desprendí.
Por la edad,
por el instinto cansado de ser adulto.
Crecimos.
Nos convertimos en pretéritos imperfectos
de los momentos idílicos que acompañaban
aquella sonrisa infantil
por los que en los primeros días
eramos principales protagonistas.
Ya no habrá más mantas verdes que me envuelvan,
el viejo balancín se ha quedado callado,
atrapado en un cubo de rubic subconsciente
abandonado por la estancada humanidad decadente.
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